PERRO DEL AMOR Oliver Welden 1946-2021

Por Arturo Volantines

El texto de Oliver Welden, Perro del Amor, fue publicado en abril de 1970, en Antofagasta, por las Ediciones Mimbre-Tebaida, con el auspicio del departamento de Artes Plásticas de la Universidad de Chile, sede Antofagasta. La edición fue proyectada, impresa e ilustrada por el poeta visual, Guillermo Deisler. Este libro —que sigue resonando— resultó ganador del Premio Nacional “Luis Tello”, en 1968, en el concurso de la Sociedad de Escritores de Chile.

Oliver Welden junto a Alicia Galaz, Ariel Santibáñez, Miguel Morales Fuentes, Luis Moreno Pozo y Guillermo Deisler son los mayores responsables de la revista más importante de la historia de la literatura de Atacama: Tebaida. Circularon 8 números, y el golpe militar dejó en imprenta el número siguiente.

El texto está dividido en tres partes.

El primero, llamado “cadáver con fruta”, el poeta dialoga con el “otro”: el perro, el “hijo de puta”, etc. Tiene una relación con la muerte, el esperpento y lo contrapone con la cotidianidad y su supuesta continuación: es como si el hecho, aunque sea muy relevante, no cambia, en un existencialismo irónico y casi ridículo, donde la angustia y el hilo de la vida son tremendos sólo para el que las vive, para el sujeto que oye morir y su vómito va cuesta abajo; pero, definitivamente, no para nuestra sociedad, porque pareciera que afuera corre la vida bañada de sol: “Las moscas ocultan el corazón/porque el corazón es una magnífica bosta”.

La segunda parte, llamada “de un tiempo a estas partes” es un relato familiar, donde habla del padre golpeador, del miedo, de la infancia, del niño que ve a su hermana agonizar, de escuchar el ruido del plato en la sopa y de algún cadáver que quiere volver aparecer en la foto. La tensión de un espacio detenido en la conciencia del hablante es estremecedora. Es posible que el poeta nos diga de su propia interioridad, pero —como en El Grito— sigue allí, transmitiendo el desamparo y las huerfanías del cuerpo. La patria de la infancia también puede contener el suicidio del alma.

En la tercera parte, denominada la “manzana del gusano” es el perro que habla, que “perrea por amor al hueso”. Pero no es por sólo el lenguaje casi tosco, agresivo y penetrante, sino por la profundidad de lo entregado y de lo delirante: de lo que se está dispuesto a sacrificar. Tal vez sea una feroz disposición a perder todo en el oficio de amar, un caballero andante “huyendo y persiguiéndonos con palabras”, pero no tal lucha por lo bello sino tal desnudez o fuerza para amar. Dice: “Amo la coronta de la manzana comida por ti/y, dejada en el cenicero, entre mis colillas,/con sus pepas y tallo olvidados,/ como para que yo simplemente los mire/y recuerde que donde ahora estás no es lejos,/pero que nunca conoceré el camino”.

La tercera parte, da el sentido al libro. Pero si la poesía es esencialmente significante es notable —y de lo más logrado en la literatura del Norte—, la segunda parte, porque no hay duda que la complicidad, entre el autor y el hablante, determina, casi a pesar del constructo, la magnitud del hecho estético. Tiene el texto, además, alguna semejanza con los versos de Teillier, en cuanto a no prestarles demasiada dedicación en sí y ponerlos al servicio de la atmósfera; yendo a cierta vanguardia, más cerca de Parra, en lo coloquial y lo irónico, y triangulando mejor con los poetas del ´60, logrando que algunos de sus poemas sean de lo mejor de esa Generación.

Este importante libro —como casi todos de las Ediciones Mimbre— es ya patrimonio de la literatura del Norte y también chilena. Oliver Welden es un ejemplo notable de artista, ya sea en Tebaida, en su ética poética y en su consecuencia social. Indudablemente el exilio hizo un daño mayúsculo al dispersar a la Generación de Tebaida. Y esto provocó un tremendo aislamiento a las generaciones posteriores de Atacama; especialmente, la del ´80, a la cual le ha tocado bailar con la dictadura y la “fea”. Y esto explica, en parte, su retraso respecto al resto del país, pero sólo eso. Sin embargo, símbolos como Mario Bahamonde, Guillermo Deisler y Oliver Welden pueden ayudar a (re)construir y construir los puentes, para llenar los vacíos de la literatura atacameña: descendiente directa de los geolectos y del lenguaje visual de los pueblos tutelares del collasuyo.

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