Por Jorge Oporto Marín. Periodista
COPIAPÓ, 24/06/2021.- El Solsticio de Invierno que se inició el 21 de junio en el Hemisferio Sur coincidió con la estipulación por Ley de la República de Chile que en dicha fecha se conmemore el Día de los Pueblos Originarios.
Este período termina el 22 de septiembre y para los pueblos originarios significa el regreso del sol, los días más prolongados, más luz, un nuevo ciclo y una nueva oportunidad para comenzar. Se preparan para tiempos de abundancia en cultivos, ganadería y otras actividades.
Sus representantes valoraron la iniciativa pero señalaron que ésta es un gesto simbólico por parte de las autoridades gubernamentales, pero lo más importante es conseguir la aprobación de derechos fundamentales como el reconocimiento de los territorios que les fueron usurpados.También el respeto a la tierra, sus recursos naturales, participación y autonomía política.
Mientras tanto el pueblo mapuche conmemora hoy, 24/06/21, el We Tripantu, Año
Nuevo Mapuche.
En Chile existen diez pueblos reconocidos por ley: mapuche, quechua, aimara, atacameño, diaguita, colla, chango (camanchacas), kawashkar u onas, yamana y rapa-nui. Mientras los selk’nam y afro-descendientes luchan por su reconocimiento como pueblos.
UN VIAJE ESCLARECEDOR
En el año 1979, cuando trabajaba en el diario “La Prensa Austral” de Punta Arenas, viajé por los canales australes a bordo de la barcaza “El Aguila” de la Armada de Chile que realizó un operativo cívico en localidades ubicadas en los fiordos del archipiélago de Tierra del Fuego, como Puerto Edén y Caleta Tortel, para realizar actividades en salud, trasladar enfermos (en ese tiempo predominaban las personas con quistes hidatídicos) y embarcar toneladas de madera, principalmente del Ciprés de las Huaitecas, que los lugareños comercializaban en la capital de Magallanes.
Conocí a los últimos kawashkar o kawésqar que vivían de la comercialización de sus productos, como artesanía, pescados y mariscos. Acercándose a la barcaza y otras embarcaciones menores que pasaban por los canales ofrecían sus productos y, en algunos casos, practicaban el trueque.
Vestían humildemente, algunos portaban pequeñas pieles y mantas. Ni amables ni oscos. Morenos, de pelo un tanto largo y estatura mediana. Parados en sus canoas, levantaban los brazos mostrando sus productos y, a veces, sonreían.
Adquirí una canoa en miniatura confeccionada con piel de lobo y una punta de arpón hecha con el hueso de una ballena, el cual aún conservo.
La literatura actual señala que no existen los kawashkar “puros”, pero en ese entonces comprendí que tanto o más importante que esta característica y sus costumbres, es trascendente conservar la lengua, el hablar, el idioma. Estoy cierto que cuando desaparece la lengua de un pueblo, éste llega a su extinción.
Cuando nos alejamos de las comunidades, mientras los kawashkar levantaban sus manos en señal de despedida y en sus rostros se reflejaba la necesidad de que continuara el comercio incipiente, el paisaje seguía siendo majestuoso pero el sonido que hacían los témpanos al golpear, cada cierto tiempo, la barcaza, me parecía la voz o el grito de los kawashkar negándose a desaparecer, quizás impulsados por la fuerza de sus ancestros que un día dominaron y navegaron libremente por los canales del fin del mundo y vivieron en armonía con la naturaleza, en forma nómade, pescando, cazando y formando temporalmente pequeñas tiendas de ramas cubiertas con cuero de guanaco o ramas delgadas, y compartieron con el viento, las lluvias y el frio, antes que llegara el hombre blanco usurpando sus territorios, persiguiendo y matando, contaminándolos con enfermedades desconocidas para ellos, que los fueron diezmando hasta casi su extinción.
Sus hermanos selk’nam sufrieron un auténtico genocidio desde la segunda mitad del Siglo XIX hasta principios del Siglo XX por colonos británicos, argentinos y chilenos que introdujeron el ganado ovino en sus territorios y, en menor medida, por quienes buscaban oro. Las grandes compañías que instalaron sus estancias ovejeras pagaban una libra esterlina por cada selk’nam muerto, incluso museos de Europa pagaban hasta cuatro libras por cabeza.
En la actualidad, unas doscientas personas luchan por ser reconocidas como pueblo pues son descendientes de los selk’nam que sobrevivieron a las matanzas, sin embargo, sucesivos gobiernos chilenos en vez de facilitar este reconocimiento, han dificultado que dicha iniciativa pueda concretarse.
CONSTITUCION
La Nueva Constitución, que el pueblo mandató a los constituyentes para que la concreten en poco más de un año, debe estipular que Chile es un país multicultural donde el respeto a cada pueblo es trascendental, sus costumbres, su lengua y cosmovisión.
No puede construirse una nueva Carta Magna sin la inclusión, en dicho documento, del derecho a la libre determinación de los pueblos originarios.
La lucha de los selk’nam es el legítimo derecho a ser reconocido como pueblo y en esa lucha hay un grito que nos indica que está vivo y se niega a desaparecer.
Pero en la memoria deben estar, para siempre, aquellos pueblos extintos: chonos, payos cuncos y chiquillanes, como un recuerdo que nos interpela a construir una sociedad cada día más humana, ajena a todo odio, discriminación, dominación y esclavitud entre seres humanos, independiente de la latitud en que habiten, su color y sus dioses.//