Mariela Valderrama Díaz, Trabajadora Social, Académica UCEN Región Coquimbo
El 5 de julio se dieron a conocer los resultados de la última Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), que tiene como principal propósito, conocer la situación de pobreza de las personas y los hogares, así como la distribución del ingreso en Chile (CASEN, 2020).
Respecto a las versiones anteriores, este informe sólo ofrece indicadores económicos. Hasta el año 2017 se incluyeron las dimensiones de Salud, Educación, Vivienda y entorno, Trabajo y seguridad social y Redes y cohesión social; esta incorporación era significativa, ya que favorece la comprensión y el análisis de la pobreza, desde la complejidad y multidimensionalidad que la constituye.
Sólo con la intención de un análisis inicial, sin entrar de hecho en los datos que reflejan la abismante, preocupante y vergonzosa distribución de renta, me referiré a algunos resultados que permiten reconocer el escenario que enfrentamos en cuanto a esta situación. De acuerdo a los datos, 2.112.185 de personas en Chile se encuentran bajo la línea de la pobreza; y de ellos y ellas, 1.280.953 se encontraría en situación de pobreza y 831.232 en extrema pobreza.
Siendo el empleo la principal fuente de ingresos, las cifras son preocupantes: La tasa de desocupación de las personas pobres alcanzaría un 30,6%; asimismo, se evidencia que las principales fuentes de estos ingresos provienen de la realización de un trabajo por cuenta propia, según indica un 44,7% de las personas en esa condición,, versus el 22,8% de los no pobres. A su vez, un 42,2% refieren estar ocupados/as pero sin cotización previsional.
Si hay algo que ya sabíamos y que se reafirma en esta CASEN, es que los factores que llevan a que una persona o un hogar, caiga en pobreza o dificultan que salga de ella, se presentan de forma diferente y desigual. Así, el sexo, la edad, el lugar de nacimiento, vivir en un sector rural, o la jefatura y composición del hogar determinan de manera distinta este fenómeno.
Sólo con el propósito de ejemplificar lo anterior, señalar que los hogares monoparentales con jefatura femenina no sólo han aumentado, sino que se encuentran mayormente en pobreza, 11,4% versus el 7,6% de los hogares con jefatura masculina. De acuerdo al lugar de nacimiento del jefe de hogar, el 16,1% nació fuera de Chile, mientras que el 9,0% nació en nuestro territorio. El 12,2% de los hogares rurales se encuentra en pobreza, versus el 9,1% de los urbanos.
Desde un enfoque de desarrollo humano podemos comprender la pobreza como la denegación de oportunidades y opciones más fundamentales: Vivir una vida larga, sana y creativa y disfrutar de un nivel decente de vida, libertad, dignidad, respeto por sí mismo y los demás (PNUD, 1997), de ahí que los resultados sean alarmantes.
El aumento de la pobreza en comparación con la medición anterior no sólo refleja el impacto (o leve impacto) de las políticas públicas dirigidas a disminuir esta realidad, sino también los efectos que ha dejado la pandemia; así como los enormes desafíos que debe asumir el Estado para revertir esta situación, no sólo en cuanto a la disminución de los indicadores, sino al fortalecimiento de las capacidades que favorecerían el desarrollo integral de las personas. Ello no sólo influye en el bienestar individual, sino en el de toda la sociedad, porque finalmente, la pobreza es un problema que nos involucra a todas y todos.