¿Qué se celebra?. Si uno se ajusta al calendario, lo que se va celebrar este lunes con tanta emoción –y con el inicio del trabajo de la Convención Constitucional– no es otra cosa que el incendio simultáneo de la red del Metro de Santiago y del edificio de Enel en el centro, además de otros ataques nocturnos que también tuvieron llamas y piquetes.
- Eso dice el calendario, porque los matinales y las explicaciones vinieron después: las pensiones (sí, se habló de las pensiones miserables para justificar las llamas); la desigualdad y un largo petitorio que incluía anular el cobro de peajes para los autos en las autopistas concesionadas.
- El 18 las llamas entraron al centro de Santiago y, después, a las principales ciudades del país. Llamas y humo negro y un pesado olor a caucho quemado, como el que llenó Santiago hace una semana por el incendio de una fábrica en Macul.
- Para mayor convencimiento –y recuerdo– está la entrevista al entonces presidente del Senado Jaime Quintana que hoy se despacha en La Tercera un “Yo no la comparto, pero la violencia generó temor en la población y también en actores políticos y en las instituciones también, negarlo es un error cultural. Pero la violencia hizo lo suyo, sin justificarla”.
- Precisamente de esa palabra se trata La filosofía de la violencia (Fundación para el progreso, 2021, 74 páginas) del filósofo Jorge Millas, un texto publicado originalmente en 1975 y que pareciera haber sido enviado a imprenta la semana pasada. Lo de Millas es precisamente evidenciar qué significa eso que los políticos y predicadores no comparten ni justifican pero que –igual, Pascual– hizo “lo suyo”. En ese tétrico lo suyo es que Millas se detiene.
¿”Violencia institucionalizada”? Como se ha destacado bastante, el libro rebate la idea de Marcuse de considerar la resistencia pasiva de Gandhi como forma de violencia, y la de Jean-Francois Revel de incluir en el mismo saco la no violencia de Martin Luther King. Dice Millas: “Gandhi, al desobedecer, opone una fuerza moral al dominador británico. Pero que sea moral y no física, hace toda la diferencia del mundo”.
- Ya nadie parece comprarse esa comparación entre lo que hacía el Imperio Británico y Gandhi. Pero sí se mantiene vigente otra idea, bastante octubrista, que es la de la “violencia institucionalizada”, que es –y aquí entramos en el corazón del libro– uno de los principales esfuerzos por asegurar la impunidad ética y jurídica de quienes ejercen la violencia.
- “El concepto de ‘violencia institucionalizada’ es una incoherencia. Desde el momento que la violencia se institucionaliza – esto es, se somete a un sistema normativo, o, con más precisión, al orden jurídico–, ya no es violencia. Tiene sentido hablar de la fuerza institucionalizada, mas no de la ‘violencia institucionalizada’. La violencia es, precisamente, la fuerza libre, sustraída a la jurisdicción reguladora de un ordenamiento jurídico y moral”.
- Y, ya en ese terreno, Millas emprende camino a una de las cosas más clasificadoras del libro: aquellos que festinan, celebran, justifican o reconocen la violencia: “Que no intenten, pues, estos profesores de la gente violenta (profesores que se excusan de ser violentos ellos mismos) hacernos creer que ‘al fin y al cabo’ y ‘a la larga’ ellos son discípulos de Gandhi, porque no aciertan a distinguir entre la desobediencia civil y el terrorismo, o entre la fuerza del derecho y la metralla”.
- Como se ve, el libro no va contra el “buenismo” de los matinales que por entonces daban el rating del país despierto, sino directamente a quienes usan la palabra, para explicarles qué significa: “La violencia tiene un rostro inconfundible y ningún aire de familia debe distraernos de sus feos rasgos trogloditas (…) No es simplemente la fuerza, en general, sino un modo de aplicarla; es el empleo de la fuerza sin apelación para la víctima y sin normas suprapersonales de responsabilidad y de regulación para el victimario”. Porque la violencia tiene eso: víctimas, que la violencia intenta anular a través del sufrimiento, ni más ni menos.
Las apologías de los ultras. Repasa Millas, entonces, las apologías de las ultras, de derechas e izquierdas, y la siempre escalofriante idea de purificar algo a través de la violencia (y las llamas). “El lenguaje y los conceptos de un H.S. Chamberlain, un Maurice Marrés, Un Mussolini, un Spengler, se parecen muchísimo a los de un Fanon, un Sartre, un Marcuse”.
- Y por si quedan dudas: después de citar una reflexión sobre el odio (“es un elemento de la lucha… el odio implacable hacia el enemigo nos impele por encima y más allá de las naturales limitaciones del hombre y nos transforma en una efectiva, selecta y fría máquina de matar”), Millas se pregunta si es una frase del hijo de Mussolini que describía “jubiloso” el bombardeo de cientos de etíopes por la aviación fascista, para revelar que en realidad son líneas del Che Guevara.
- Eso de convertir a la gente en algo que puede trascenderse violencia en nombre de valores superiores, hacen entender a Millas que existan políticas, poesías y hasta metafísica de la violencia “como si las víctimas no existieran o, existiendo, carecieran de importancia, o, teniéndola, fueran sólo factores abstractos de abstractas ecuaciones históricas”.
- Jorge Millas fue uno de los oradores, junto a Eduardo Frei Montalva, en el legendario Caupolicanazo con que la oposición planteó el rechazo a la Constitución del 80 frente al plebiscito de ese año. Su discurso –que, como describe Carlos Peña en el perfil que le dedicó a Millas, leyó “con la cadencia hipnótica de su voz de fumador” y que silenció a un teatro que lo escuchó con “rara y sorprendente reverencia”– se llamó Con reflexión y sin ira, e incluye una idea sorprendentemente olvidada en estos últimos dos años: “La historia de nuestra nación se resume en la marcha continua hacia el ideal de la vida democrática. A través de más de 150 años aprendimos, no sin tribulaciones ni sobresaltos, a escucharnos y ejercer el derecho a ser escuchados”.
- Pero ese es otro texto para hablar Millas y quizá sea bueno leerlo para el olvidado aniversario del acuerdo que permitió el proceso constitucional que hoy tenemos. La filosofía de la violencia sirve para el aniversario de estos dos años, en que al menos algunos episodios –como el del convencional con licencia médica Rodrigo Rojas– demostraran que algunos que reivindicaban la violencia entonces no estuvieran del todo apegados a la verdad después de todo, y llevaran la mentira a la política a niveles grotescos, abusivos, y hasta incendiarios. De esos que, decían ellos en esa primavera del 19, justificaban todo.
Por Bernardo Solís