La educación y cariño que brindó el Hogar de menores «Fundación Niño y Patria»

Mucho se habló acerca de las atrocidades que han vivido miles de niños y niñas al interior de los hogares dependientes del Sename. Mucho también se ha cuestionado y criticado las más de mil 300 muertes ocurridas a lo largo de esos años en esos mismos recintos de internos. Algunos buscan responsabilidades penales, otros dividendos políticos en época eleccionaria.

Al final de tanto aspaviento comunicacional, estoy seguro que los niños seguirán sufriendo los mismos vejámenes, los mismos dramas y, al margen de alguna medida política del gobierno de turno, por demás ampliamente difundida, nada cambiará, todo seguirá igual, porque como escribió alguien por ahí, “los niños no representan votos”.

Por lo tanto, ¿qué se puede esperar como fruto de este árbol mal plantado, mal abonado y mal podado que se llama Sename? Solamente niños y niñas con profundos dramas humanos a cuesta y traumas físicos y sicológicos de por vida.

A propósito de estos dramas, quiero contarles la historia de un niño tierramarillano que, por allá en la década de los años setenta, vivía en un hogar vulnerable económicamente. Por esta razón, su madre con varios otros hijos a cuesta, se vio obligada a internarlo en el Hogar de Menores de la Fundación Niño y Patria que dependía de Carabineros de Chile.

¿Se acuerdan de ella? Seguramente, los mayores de 40 años sí recordarán a esta noble institución guardadora y formadora que acogía a niños en riesgo social. Algunos eran busca pleitos, otros palomillas, había inquietos, algunos retraídos y más de alguno también era intelectual. Como dice el refrán bíblico: “De todo hay en la viña del Señor”.

Aquellos niños provenían de diferentes partes de la región, incluso de otras regiones, y crecieron bajo un estricto patrón de conducta, impuesta por los carabineros a cargo. No existía el maltrato, pero sí el orden, la disciplina y las exigencias. Un sí era un sí, y un no, era un no. Por lo tanto, todos sabían a qué atenerse y nadie podía hacerse el sorprendido ante un varillazo corrector o bien un “aporreo” por desobedecer órdenes o hacer alguna “maldad”.Los ratos de recreación eran para jugar fútbol o algún otro juego propio de la edad. Las “retretas”, actividad que se realizaba antes de acostarse y en formación, luego de la orden: “posición de descanso”, era un momento para descubrir o fortalecer los dones, talentos y capacidades. Algunos cantaban, recitaban y otros contaban chistes y al final de la actividad el consejo paternal de cómo debían enfrentar el futuro ante la vida. Todos tenían la responsabilidad de hacer sus tareas escolares antes de irse a la cama. Nadie se acostaba sin lavarse los dientes. Ah, pero también había que dejar los zapatos lustrados y la ropa preparada para ir al colegio al día siguiente.

Gratificantes resultaban las horas dedicadas a la agricultura que tenían los niños de los niveles superiores, allá en el sector de Nantoco estaba la Escuela Agrícola experimental de Menores, donde se cultivaban diferentes tipos de hortalizas que no solo eran para el consumo de los mismos internos,  en mas de algunas ocasiones eran vendidas en la feria, hasta donde llegaban los compañeros con más aptitudes para el comercio, junto a los carabineros responsables del cuidado de los muchachos.

A pesar de las carencias afectivas y económicas y a pesar de la desasociación familiar que tenía cada niño, nadie creció con déficit atencional, nadie creció con malos hábitos y nadie reclamó por beneficios. Aquellos niños tenían claro que lo primero era “el deber” o la “obligación” y luego por consecuencia lógica venían sus derechos.

Actualmente miro a esos niños del ayer, hoy hombres casi todos arriba de los 47 años de edad, y me doy cuenta que entre ellos no salió ni un delincuente, ni un drogadicto, ni un estafador. Solo conozco a profesionales, técnicos y hombres de trabajo, personas de bien, y a esposos y padres responsables, gracias al cuidado, orientación y educación que recibieron en la etapa fundamental de su formación, como es la niñez, recibidas de parte de la hoy desaparecida Fundación “Niño y Patria” de Carabineros de Chile.

Ah, se me olvidaba contarles que ese niño de la historia… soy yo, el autor de esta crónica.

Por Edward Delgado Quevedo, ex consejero regional(2005-2009) y ex concejal de Tierra Amarilla(2012-2016)y Copiapó (2020-2021).

Mis agradecimientos a todos quienes colaboraron y aportaron en este registro histórico de nuestras vidas y dispuestos a dar nuevamente testimonio de lo vivido en el Hogar de Menores de Carabineros de Chile. Agradezco el aporte  testimonial y fotográfico de,  Ricardo Cabrera Alegría( Primer Ex brigadier) Álvaro Ramírez, José Castro, Farfán (JOCAFA), Luis Marchant, Carlos Navarrete, Pedro Pablo Muñoz(Segundo Ex brigadier), Hernán Bacho y Manuel Salazar. Agradecer y reconocer el apoyo que siempre nos brindó la ex Teniente Peña(Gertrudis Peña Gomez que se jubiló con grado de comandante), que hasta el día de hoy vive preocupada por sus «niños». Y en nuestro recuerdo al Suboficial mayor ® Juan Arancibia Alfaro (QEPD),  nuestro instructor de la vida. 

 

Síguenos en facebook

Comparte

Facebook
Twitter
WhatsApp
error: Contenido protegido!!!