Gabriel Canihuante Maureira, académico UCEN Región de Coquimbo
El 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro y Derecho de Autor, y durante todo el mes el libro y la lectura son celebrados en los más diversos sitios e instancias.
Para quienes somos amantes de los libros y la lectura puede resultar un poco raro esto de celebrar algo tan básico, pero el sentido es transmitir a las generaciones más jóvenes el valor que tiene la lectura de libros, idealmente impresos.
Hace ya más de una década el desaparecido escritor, semiólogo y filósofo italiano Umberto Eco declaró que «si tuviera que dejar un mensaje de futuro para la humanidad, lo haría en un libro en papel y no en un disquete electrónico».
No era Eco un reaccionario a las tecnologías digitales, pero él equiparaba los libros con la invención de las cucharas y tenedores: una vez inventados «ya no se puede prescindir de ellos».
Es fácil recordar los primeros libros que llegaron a nuestras manos, probablemente fueron los manuales con que nos alfabetizamos; de ellos y de la mano de nuestras profesoras (en general eran mujeres las primeras maestras), aprendimos el alfabeto, la forma de cada letra y el sonido de cada fonema. Así nos abrimos paso en la mágica realidad de la lectura.
Un conocimiento que, al igual que el uso del tenedor y la cuchara, ya no se olvidan. Al contrario, aprendemos a buscar aquello que necesitamos -el saber científico o tecnológico-o aquello que nos gusta, la entretención, el pasatiempo. Y ahí están esos textos, a veces en la propia casa o en la de amigos; en librerías, en bibliotecas y también en el mundo de la virtualidad.
Y hoy, en un impreso o en un pdf que descargamos gratuitamente desde Internet o bien desde un libro electrónico que compramos, seguimos leyendo de todo. Y en la docencia, sugiriendo lecturas y a veces imponiendo, para cumplir con ciertos requisitos de aprendizaje, algunos textos que nos parecen obligatorios (o al menos conveniente) de leer.
Hay una máxima popular que reza que en la vida uno debería: Tener un hijo/a, plantar un árbol y escribir un libro. Y está claro que no todos podrán tener hijos, ni les interesará plantar árboles ni tendrán la capacidad de escribir un libro, pero no es mala idea la de cuidar a los hijos, sobrinos o nietos, aunque no sean nuestros; regar y mantener plantas y árboles y, por supuesto, leer algunas decenas o cientos de los millones de libros que están esperando nuevos y antiguos lectores.