Desde hace años, Afganistán es considerado país «seguro» para devolver migrantes. Ahora que los talibanes vencieron, algunos en Occidente muestran sorpresa. Esa hipocresía debe terminar.
No bien se retiraron las tropas estadounidenses, todo sucedió muy rápido. En un lapso de pocos días, los talibanes tomaron una provincia afgana tras la otra. Las capitales provinciales cayeron como fichas de dominó. Miles de afganas y afganos se dieron a la huida, esperando encontrar en la capital, Kabul, un refugio seguro. Todo fue en vano. También Kabul está, entretanto, en manos de los talibanes.
En Occidente se observa, a un tiempo con sorpresa y fascinación cómo en unos pocos días la República Islámica de Afganistán se está convirtiendo en un emirato islámico. Me llegan cada vez más mensajes y llamados de conocidos y colegas que expresan sus condolencias. Un compañero de la redacción árabe de DW dice que no sabe exactamente por qué, pero que lo que sucede allí lo toca muy particularmente.
La gran mentira de la misión en Afganistán
El motivo por el cual tantas personas están conmocionadas es que comprenden, de a poco, que sus gobiernos no entraron a Afganistán para defender los derechos humanos, sino sola y únicamente por intereses políticos.
Desde que los intereses políticos cambiaron, desde que el cálculo costo-beneficio ya no compensa, solo quieren salir de allí lo más rápido posible.Todo fue una gran mentira. ¿Derechos humanos? ¿Derechos de las mujeres? ¿Democracia? Eso lo tienen que resolver los afganos entre ellos, dijo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, recientemente, agregando que no entregará la misión llevada a cabo durante cuatro administraciones a un quinto presidente.
Misión por los derechos humanos en Afganistán
Pero lo que calla Biden es que EE. UU. no solo entró a Afganistán en octubre de 2001 para luchar contra los talibanes y Al Qaeda. Le prometió al pueblo afgano que iban a democratizar el país. Uno de los argumentos principales para la invasión fue proteger los derechos de las mujeres afganas. Ahora, casi 20 años después, queda claro que nunca se trató de defender los derechos de las mujeres ni la democracia. Todo fue solo retórica vacía.
Las mismas mujeres a quienes se pretendía calmar porque luchaban, supuestamente, con demasiada vehemencia por sus derechos, y a las que se prometió que al final saldrían victoriosos la democracia y el Estado de derecho, ahora son catapultadas hacia la oscuridad de 20 años atrás. Fueron traicionadas, y muchas activistas temen hoy por su vida.
Los «refugiados económicos» ¿serán ahora otra vez «peticionarios de asilo»?
La misma hipocresía se exhibe en la política de asilo de la Unión Europea y de Alemania. Desde hace muchos años, afganas y afganos huyen de su país de origen. Pero nadie abandona su país porque sí. Huyeron porque la situación de seguridad en Afganistán empeoraba cada vez más.
Todo eso fue ignorado. Afganistán fue calificado de «país seguro”. Muchos refugiados fueron deportados, y otros solo son tolerados. Miles de afganos viven en condiciones infrahumanas en Grecia, Turquía y en los Balcanes. Los políticos de la UE se negaron a reconocer que la situación de seguridad en Afganistán es desoladora, y que la intervención había fracasado.