Israel González Marino, abogado, académico de la Universidad Central Región Coquimbo
El lamentable accidente ocurrido hace pocos días en el “Parque Safari” de Rancagua, en el que una trabajadora perdió la vida, trae a la discusión pública no sólo los deberes de protección que recaen sobre los empleadores, sino también la histórica cuestión acerca de la legitimidad de los zoológicos. La pretendida finalidad de estos recintos -de conservar, investigar y educar- parece más una fachada que intenta legitimar una actividad de espectáculo y recreación con claros fines económicos, a costa de la explotación y sufrimiento de los animales encerrados tras sus rejas.
Los demás animales, al igual que nosotros, son individuos capaces de experimentar dolor y sufrimiento, no sólo físico, sino también psicológico. Estar encerrados en pequeños espacios, en entornos y condiciones muy distintos a los naturales, y en permanente exhibición, indudablemente les genera estrés y sufrimiento. Así, cabe preguntarnos y reflexionar sobre si los supuestos fines de estos recintos justifican mantenerlos en esas condiciones.
Hasta hace no más de 100 años, personas como nosotros eran exhibidas en los denominados “zoológicos humanos”, entre ellas, selknam y mapuches. Esto nos recuerda la necesidad de siempre ser críticos ante prácticas que pueden parecernos “normales”. Hubo tiempos en que se pensó que el color de la piel, el origen étnico o el género eran razones para considerar como inferiores a determinados seres humanos. En la actualidad, para la gran mayoría sigue instalada la idea de que nosotros, los humanos, somos superiores a las demás especies, y que por ello podemos considerarlas como cosas que podemos usar, explotar y encerrar.
Cada vez que llevamos a niños y niñas a un zoológico, les entregamos el mensaje de que está bien mantener a animales encerrados, que es “normal”, y que ellos son cosas que están ahí para nuestro entretenimiento y recreación. Los animales, cualquiera sea su especie, no somos cosas, somos individuos que sentimos, que tenemos anhelos y necesidades, que generamos lazos afectivos, y que merecemos vivir en libertad