ESTANCAMIENTO

 

En todo buen libro de historia, es posible ver caracterizada a la primera guerra mundial, en tres principales etapas: una etapa de movimiento; una segunda de “trincheras” o “estancamiento”; y una tercera llamada nuevamente de movimiento. Sin dudas, la etapa más sangrienta e inútil a la vez, fue la del estancamiento, ya que todos los días tanto de uno como otro bando, se avanzaban unos metros, para al día siguiente, perderlos. El costo en vidas humanas fue enorme. Se calcula que entre los años 1915 y 1917, sólo en el frente occidental, murieron prácticamente 2 millones de personas. Y lo peor de todo… no se avanzó ni un metro más en las pretensiones territoriales de uno u otro bando.

Siempre que se busca darle un sentido utilitario a la Historia, están aquellos que plantean que la Historia “sirve para no cometer los mismos errores del pasado” algo así como “no tropezar dos veces con la misma piedra”. Lo cierto es que el hombre lo hace y no sólo dos veces…

Desde que llegué a esta región de Atacama, y por el desempeño profesional que me ha correspondido realizar, he visto -con alarma- una suerte de “involución” en la forma en como las empresas y ahora también las autoridades, enfrentan los conflictos con sus trabajadores.

Recuerdo mis primeros años –de los quince que llevo en esta región- de cómo frente a un eventual conflicto laboral, las autoridades se “preocupaban” y se “esmeraban” por tratar de dar solución a los mismos, incluso antes de que ellos ocurrieran, pues la prioridad eran esos conflictos, ya que -sin duda- dentro de los principales objetivos del Estado –nótese, no del gobierno- está el velar por la paz social.

Sin embargo, al pasar el tiempo, dicha preocupación de parte del Estado de Chile, se ha ido diluyendo y no porque se persiga lo contrario, sino más bien, porque ha hecho suya una estrategia que desde hace algunos años venimos observando –no sin preocupación- en las distintas empresas del sector privado, esto es: dilatar los conflictos lo más que se pueda (“alargar el chicle”, dirán algunos) a fin de que se vayan “desgastando” con el tiempo.

Prueba de lo que venimos diciendo, lo hemos visto claramente en esta región. ¿quién no recuerda la huelga legal de la empresa minera Carola del año 2010 la que duró un poco más de 60 días donde sus trabajadores terminaron haciendo ollas comunes en la propia plaza de armas de Copiapó, a fin de sensibilizar y visibilizar el movimiento? O cuando hacia el año 2016, todos los funcionarios públicos de esta región, paralizamos por más de 36 días por la suspensión del pago del llamado “Bono Atacama”. Fueron más de 36 días de movilización ¿y qué se consiguió?… El año recién pasado en el Liceo Católico de Atacama, cuyo sostenedor es nada más ni nada menos que el Obispado de la ciudad, uno de sus sindicatos se mantuvo 42 días en huelga…

Mi preocupación nace, porque ahora el conflicto de los profesores en nuestro país lleva casi 30 días de movilización, con prácticamente 25.000 profesores en las calles y más de 600.000 niños sin clases. Lo más grave del caso es que la autoridad sólo la semana recién pasada a mostrado un cierto interés por iniciar las conversaciones.

Dilatar…dilatar…dilatar… parece que esa fuera la consigna.

Esta estrategia aparentemente resulta ser muy ventajosa para las empresas del sector privado, pues ante la dilación extrema de un movimiento, éste indudablemente se desgasta y los dirigentes del mismo finalmente se ven presionados -hasta por sus propias bases- a aceptar cualquier mejora ofrecida, por mínima que sea. Muy cercana a la limosna.

Es nuestra convicción que ésta es una pésima práctica asimilada por la autoridad pública, ya que sin duda pone en riesgo la anhelada paz social que ya señaláramos y que todos innegablemente deseamos, puesto que muchos ante la impotencia de no conseguir nada, se ven tentados a quebrantarla, generando el escenario ideal para quienes gustan de imponer el llamado orden público mediante el uso de la fuerza, olvidando que antes de ella, en una sociedad civilizada, siempre debe primar la razón.

Con esta actitud, tanto del sector privado y hoy sumado el sector público, sólo estamos dando muestras de que nos hemos vuelto una sociedad incapaz de solucionar nuestras diferencias mediante la negociación, donde la empatía tiene un rol esencial que cumplir, a fin de ir generando consensos y soluciones en post de una convivencia social más sana y sobretodo, mucho más democrática.

Si seguimos en esta senda ya trazada en nuestra sociedad ¿cuántos caídos tendremos que lamentar en esta pseudo etapa de “estancamiento socio-laboral” de nuestro país?

 

MIGUEL E. ACUÑA GARCÍA

PROFESOR – ABOGADO

MAGISTER EN DERECHO

DE LA EMPRESA Y DEL TRABAJO

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